Apoyada en una estupenda labor de maquillaje y vestuario, Williams logra un notable parecido con Monroe,
sobre todo en planos medios o generales, cuando la cámara no se centra
completamente en su rostro y cobran importancia los movimientos, los
gestos y la voz. La actriz, que a pesar de su juventud ya ha optado en
tres ocasiones al Oscar, realiza por tanto una meritoria imitación de la
mítica y trágica estrella de Hollywood, si bien se echa en falta en
ocasiones a una mujer de un mayor parecido físico, como por ejemplo,
Scarlett Johansson; una lástima que no le interesara al papel, creo que
es lo más cercano a la ambición rubia que hay ahora mismo en la
industria cinematográfica. En cualquier caso hay que aplaudir el
esfuerzo y la interpretación de Williams, que como digo, consigue resucitar a Marilyn en bastantes momentos, un logro nada sencillo. El problema es que la ilusión no es completa, resulta intermitente, irregular, y por eso he hablado del parecido físico, que en este caso me parece importante. La
Marilyn de Williams resulta creíble como mujer y como actriz, pero no
como una criatura irresistible que enamoraba a todo aquel que la miraba. Y centrarse tanto en esto último es uno de los mayores errores de la película.
Otra equivocación importante de ‘Mi semana con Marilyn’
es el débil y cargante personaje protagonista, que no es Marilyn a
pesar del cartel, los premios y la publicidad. La historia, vendida como
auténtica en los créditos iniciales (ni basada ni inspirada,
¡verdadera!), se nos muestra a través de los ojos de Colin Clark, a
quien da vida un desafortunado Eddie Redmayne, con
perpetua expresión de “maravillado”. La película parte de dos libros
escritos por Clark en los que relata el conflictivo rodaje de la comedia
romántica ‘El príncipe y la corista’ (‘The Prince and the Showgirl’) y
habla de primera mano sobre las dos estrellas de la película, la actriz
Marilyn Monroe y el director y actor Sir Laurence Olivier (Kenneth Branagh,
cumpliendo una probable fantasía de juventud). Clark era un joven
aficionado al cine de 23 años, sin experiencia alguna en el medio, que
por pesado (según aparece en el film) consigue un empleo como tercer
ayudante de dirección en la citada película de 1957. Su tozudez le
brinda la oportunidad de conocer a su ídolo, Olivier, y a su amor
platónico, Monroe. Pensarás que eso es tener muchísima suerte, pero la
cosa se pone aún mejor para este chico…
Marilyn llega a Londres en la cima de su carrera, recién casada con
el prestigioso escritor Arthur Miller (encarnado por un correcto Dougray Scotttensión
continúa al iniciarse el rodaje, Marilyn llega tarde al set y luego, ya
en faena, tiene problemas para recordar y pronunciar los diálogos.
Olivier comienza a desesperarse y pide ayuda a Clark, que cae simpático a
la actriz, encantada con la ingenuidad, la pura fascinación y el
respeto que demuestra, algo que no encuentra en los demás hombres de su
vida. Miller abandona a Marilyn y se marcha de vuelta a Estados Unidos,
convirtiendo a Clark en la persona más cercana a la actriz, ayudándola a
sobrellevar una de las etapas más difíciles de su vida. Así llegamos a
descubrir a la mujer que hay detrás del icono.
Tanto el guionista, Adrian Hodges, como el director, Simon Curtis
(debutante en cine, experimentado realizador televisivo, algo que se
nota en la convencional puesta en escena), fracasan tratando de exprimir
este sencillo material, del que se podría haber sacado más jugo. Algo
más sobre Olivier, el trabajo de Marilyn (porque al fin y al cabo
cumplió con su papel), el proceso de realización de una película bajo la
mirada de un novato como Clark, su relación con la chica de vestuario…
Pero la intención parece ser únicamente la de mostrar en pantalla las
conocidas dos facetas de Marilyn, la de radiante
estrella que todos querían poseer y la de mujer vulnerable e insegura
necesitada de comprensión y amor. Y se hace de una manera clara, simple y
superficial, sin profundizar, por lo que no se aporta
nada nuevo ni valioso. Hodges y Curtis se contentan con crear un
producto ligero y agradable, de cuidada factura, que resulte entretenido
para el mayor número de espectadores; es el típico producto muy bien
envuelto que se hace pensando en premios, se entiende por qué interesó a
los Weinstein. Lamentablemente no hay interés por un retrato
verdaderamente íntimo e intenso de una figura que aún hoy despierta una
gran fascinación. Espero que haya más suerte con el proyecto de Andrew Dominik y Naomi Watts.
También resulta decepcionante el escaso partido que se le saca a un reparto tan amplio y competente. Kenneth Branagh
divierte con su caricaturesco retrato de Olivier, si bien se echa en
falta un mayor rigor en la recreación del famoso personaje, aquí simple y
evidente. Igualmente se desaprovecha la participación de Judi Dench (maravillosa como Dame Sybil Thorndike, eclipsa a todos durante sus breves apariciones), Toby Jones (Arthur Jacobs), Julia Ormond (Vivien Leigh), Emma Watson
(Lucy, una chica del departamento de vestuario que conquista Clark
antes de intimar con Marilyn; personaje un tanto prescindible), Dominic Cooper (Milton Greene) o Derek Jacobi
(Sir Owen Morshead), que tienen menos presencia en pantalla de la que
sería deseable. Sobre todo para tapar al soso personaje de Clark, que
necesitaba mayor elaboración y un intérprete más carismático que
Redmayne. En resumen, una película que entusiasmará a los fans de
Marilyn, válida para pasar el rato y prescindible para el que busque
algo más.